miércoles, 8 de diciembre de 2010

MITOS

Mitos empobrecedores

Regresando de un corto viaje en un vuelo atiborrado, me tocó—como compañero de asiento— un joven de 25 años, con apariencia y acento chicano; viajaba con su hermano, cuñada y sobrino de vuelta a Guatemala, porque —dijo— “mis papás ya están viejitos y quieren verme, yo también quiero estar con ellos”.

POR CÉSAR GARCÍA*
Se trataba —en realidad— de un emprendedor guatemalteco, quien viajo “de mojadito” —según sus propias palabras— cuando tenía 17 años. Me relató—aún afectado después de ocho años— lo que escuchó en su viaje —de dos semanas— en el conocido “Tren de la muerte” que cruza a lo largo de México y es asolado por mareros que son —además— ladrones, asesinos y violadores. “Nunca olvidaré los gritos de mujeres violadas… cuando dejaban de gritar, era porque las habían tirado del tren”, me relató.
Para salvar su vida, estuvo encerrado en un vagón, con otros viajeros, escuchando -entre frío, hambre, pestilencia de sus propias heces y orines- las amenazas de muerte proferidas por criminales latinos que viven de asaltar y abusar a sus “hermanos”, también latinos. Finalmente se instaló en Denver, Colorado y —con su hermano mayor— emprendieron un negocio de instalación de alfombras. Después de años en esta actividad, las manos —de ambos— muestran prominentes cayos donde empieza la parte conocida como “falangina” en los dedos; las rodillas de este emprendedor joven están semi destruidas, por la posición —hincada— en que debió trabajar.
Se regresan a Guatemala “con billete” —no deportados, sino por voluntad propia— a emprender una nueva vida, vendieron sus autos en Denver y cerraron el negocio. Como consecuencia, algunos latinos hoy allá, ya no tienen trabajo, ellos dejaron de consumir en los EE. UU., de pagar renta e impuestos por las compras de materiales; también sus proveedores los extrañarán… así las cosas, ¿EE. UU. gana o pierde con el regreso de estos inmigrantes laboriosos? Esta pregunta la responderemos en otra columna.
Lo que me interesa destacar es que estos emprendedores demuestran —con su testimonio de vida— que lo que llamo “Mitos Empobrecedores” son macabra ficción. Guatemala produce cada año más pobres, según el informe de PNUD “Hacia un Estado para el Desarrollo Humano” —aunque no presenta porcentajes actualizados, sino solo al 2005— el 15.2 por ciento de los guatemaltecos son extremadamente pobres, y el 50.9 por ciento pobres. Aplicando estos porcentajes —que seguramente han crecido en los últimos años— a la población, concluimos que en 2005 habían 1.9 millones extremadamente pobres y 6.5 millones pobres; en 2010, las cifras se habrán incrementado a 2.2 millones y 7.3 millones respectivamente.
Determinar el crecimiento de la pobreza es aritmética simple; usted debe restar el crecimiento del PIB, del crecimiento demográfico… si el PIB crece más, la pobreza empieza a ceder y viceversa. Pero quiero hablar de los mitos que empobrecen. Mito 1: “Los empresarios son ricos”, esta falacia excluye y descalifica a todos los pequeños productores y emprendedores, lejos de alimentar su autoestima, les insta a odiar a los que tienen lo que ellos pueden llegar a tener con trabajo y tiempo. Mito 2: “La pobreza justifica la delincuencia”; este mito promueve el relativismo moral y justifica la corrupción e ineficacia en las instituciones —democráticas— encargadas de velar por la aplicación de la ley y la protección de los derechos constitucionales. Mito 3: “Hay que quitar al rico para darle al pobre”; este mito —conocido como demagogia Robin Hood— promueve el odio y la lucha de clases... nadie querrá ser rico… pero sí burócrata corrupto. La grandeza de las naciones ricas se origina en el fomento del emprendimiento individual y no en la satanización de este. Mito 4: “Quienes protesten por la corrupción y la disfuncionalidad institucional son enemigos de los pobres”; nada más alejado de la realidad, muchos de los más agudos críticos de la impunidad vienen de las capas sociales bajas y medias, pero hoy son exitosos. Los emprendedores solo requieren dos cosas: seguridad y justicia. ¡Piénselo!

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